La gran campaña de Aníbal

Mapa de las guerras punicas

«Ahora voy a relatar -dice Tito Livio en la introducción del libro 21 de su magna obra histórica- la guerra más memorable de cuantas hayan existido, la que entablaron los cartagineses bajo el mando de Aníbal contra el pueblo de Roma. Hubo tales cambios de fortuna en la guerra y en el capricho de Marte, dios de doble faz, que nadie supo quién sería el vencedor hasta el último momento, en que triunfó quien parecía más próximo al desastre. El odio sobrepujó también a la fuerza en esta lucha sin cuartel.»

TITO LIVIO, Historia de Roma, Libro 21.

VARLDHISTORIA, TOMO III ROMA, CAPÍTULO II ROMA GRAN POTENCIA, LAS GUERRAS PÚNICAS. POR CARL GUSTAF GRIMBERG.

CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO.
1. La guerra en dos frentes.
2. El paso de los Alpes.
3. La guerra en las llanuras del Po.
4. Aníbal pasa los Apeninos. Batalla del lago Trasimeno.
5. Fabio Cunctator.
6. Batalla de Cannas, el gran desastre.

La guerra en dos frentes

No se trataba ahora de conquistar una provincia, sino el mundo. Dos fuerzas iban a enfrentarse: la fuerza intacta de todo un pueblo y uno de los mayores genios de la humanidad. La campaña emprendida por Aníbal es un duelo entre la inteligencia y la voluntad.

Los romanos creían que África sería el siguiente teatro de operaciones; ignoraban que Aníbal quería atacar directamente el corazón del territorio romano. Su gran problema era de orden físico: cómo trasladar tropas a Italia: ¿por mar o por tierra, a través de los Alpes? Sólo los celtas conocían los desfiladeros alpinos, tan difíciles de cruzar, que nadie hasta entonces se había atrevido a conducir un ejército por allí. Y Aníbal no solamente tenía que hacer pasar sus hombres e impedimenta, sino también los elefantes. Sin embargo, no debe considerarse la hazaña del cartaginés como un audaz
capricho, como se ha creído. Había preparado a conciencia el itinerario y disponía de guías indígenas expertos.

Atravesados los Alpes, Aníbal tomaría la llanura del Po como base de sus operaciones. Esperaba una acogida triunfal por parte de los celtas, pues los romanos les habían arrebatado la independencia poco antes. Un estratega como Aníbal lograría lo más difícil con estos valientes guerreros celtas si sabía disciplinar su fuerza y
canalizar con inteligencia su entusiasmo belicoso; bastaba para ello encuadrarles entre sus veteranos de Libia y España, tan entrenados.
Contaba, además, con un ejército macedónico.

El litoral dálmata, muy recortado y protegido por un rosario de islas, era el paraíso de la piratería. El Senado romano se había quejado de las correrías de los ilirios, hallando en su reina un rechazo desdeñoso. El Senado determinó emplear la fuerza y envió una poderosa flota hacia la costa dálmata, que de paso dominó los puertos griegos más próximos, entre ellos Corcyra (Corfú), la llave del Adriático, y destruyó los nidos de piratas, obligando a éstos a respetar en adelante la libertad de navegación. Después de la primera guerra púnica, esta campaña de Iliria era una nueva prueba de la supremacía naval de los romanos en el Mediterráneo. Roma enseñoreaba el Tirreno y el Adriático.

El rey Filipo V de Macedonia, que acababa de someter de nuevo el Peloponeso, mantenía hasta entonces buenas relaciones con Roma; pero tenia que sentirseamenazado por la hegemonía romana en las costas orientales del Adriático. No es, pues, desacertado creer que Filipo anhelara seguir el ejemplo de Pirro, pasar a Italia y unirse a
las fuerzas de Aníbal procedentes de España. Además, bastarían algunas victorias para provocar la defección de los aliados italianos de Roma.

Al menos, eso esperaba Aníbal. Ahora bien, tenía que actuar con rapidez, sin dar tiempo al enemigo para consolidar su poder en la llanura del Po. Si Roma conseguía asentarse allí en firme, sería demasiado tarde: no encontraría en Italia una base de operaciones adecuada.

En la primavera de 218 antes de Cristo, Aníbal abandonó Cartagena con noventa mil infantes, doce mil jinetes y 37 elefantes. Estas cifras, dadas por Polibio, parecen exageradas según algunos historiadores, que creen que las fuerzas del cartaginés sumaban unos sesenta mil hombres. Su cuñado Asdrúbal permanecería en España al frente de un ejército de reserva.

Aníbal entró en territorio enemigo apenas vadeó el Ebro. Entre este río y los Pirineos tuvo que habérselas con pueblos muy celosos de su independencia, y parece que el someterlos costó la vida a veinte mil hombres. Para asegurar el poder cartaginés en esa región ibérica, Aníbal dejó tras de sí, además, efectivos equivalentes al mando de Hannon; después, atravesó los Pirineos. Su ejército quedó reducido a sesenta mil hombres, todos ellos veteranos experimentados, cuando entró en la Galia transalpina. Al pasar el Ródano, Aníbal recibió las primeras manifestaciones de hostilidad de los galos, quienes ignoraban que tales intrusos se dirigían a otro país; Aníbal sólo pudo franquear el río gracias a una estratagema militar.

Fue una suerte para los cartagineses poder pasar pronto el Ródano, ya que una flota romana acechaba cerca de Marsella, en la desembocadura del río. Apenas cuatro días de camino separaban a Aníbal de esta flota puesta a las órdenes del cónsul Publio Cornelio Escipión, con el objeto de atacar a los cartagineses en España. Cuando oyó que Aníbal franqueaba el Ródano, creyó que se trataba de una falsa alarma. Pero los rumores fueron adquiriendo tal verosimilitud, que ordenó enfilar hacia el lugar del paso, adonde llegó tres días después que Aníbal había reanudado la marcha.

Escipión fue muy censurado por su actuación. Furioso por haberse dejado sorprender, «cometió el grave error de enviar a su hermano Cneo rumbo a España con el grueso del ejército, llevando consigo sólo una parte». También podría preguntarse por qué Aníbal no esperó a Escipión unos días en las orillas del Ródano; las tropas cartaginesas eran más numerosas y experimentadas que las del enemigo. No obstante, el otoño estaba muy avanzado; una semana más y Aníbal no hubiera podido atravesar los Alpes aquel año, pues los pasos estaban a punto de cubrirse de nieve. Presuroso, el ejército de Aníbal empezó a escalar los Alpes al oeste de Turín: hoy se estima que no eligió el pequeño San Bernardo, como se suponía antes, sino otro paso situado más al sur, cerca del monte Cenis.

El paso de los Alpes

Las dificultades comenzaron desde los primeros contrafuertes. Los galos, aún no convencidos que la expedición no fuera contra ellos, se emboscaban en las rocas y lugares más angostos de la ruta para atacar a la caballería y al bagaje del ejército. «Aníbal -dice Polibio- tuvo muchas pérdidas, sobre todo caballos y otros animales, pues
siendo el roquedal no sólo estrecho, sino pedregoso y quebrado, al menor sobresalto muchos animales se despeñaban con su carga al abismo que se abría a ambos lados del sendero.» Aníbal comprendió que se arriesgaba a perder toda la impedimenta y quizás el mismo ejército; había que decidirse, pues, sin pérdida de tiempo. Al frente de un destacamento rápido, se lanzó a una operación de limpieza en el lugar amenazado y sorprendió a los enemigos, matando a unos y dejando huir a los otros.

Esta victoria despertó tal temor en los galos, que ya no molestaron más a la expedición; los cartagineses avanzaron sin contratiempos y alcanzaron las cimas más altas de los Alpes. Los montañeses temblaban de espanto ante los enormes elefantes que subían a las cumbres.

Aníbal logró su objetivo tras nueve días de escalada. Asentó dos días sus reales en la cima del collado para que hombres y animales pudiesen reparar fuerzas y esperar a los rezagados. Pero la nieve hizo su aparición. Los soldados acostumbrados al cielo mediterráneo, se desalentaron ante la idea de los sufrimientos que aún les esperaban en estos parajes solitarios y helados. Por fin, alcanzaron un punto culminante, desde el cual pudieron contemplar la llanura del Po. Allí Aníbal detuvo sus tropas y pintó los placeres
que los aguardaban en este rico país que se extendía al pie de la cordillera. El ejército comenzó el descenso con nuevo brío, pero sufrió tantas pérdidas como en la subida. “Pues -dice Polibio- el camino era estrecho y en pendiente, y el soldado no sabía dónde
pisar, por la mucha nieve que cubría el suelo; quien se apartaba algo del camino, caía en el precipicio. Sin embargo, los soldados acostumbrados a ello desde tanto tiempo, resistieron con tesón estos trabajos. Mas cuando llegaron acierto lugar, tan angosto que
ni caballos ni elefantes podían pasar, el ejército volvió otra vez a desanimarse.”

En efecto, un enorme alud obstruía más de la mitad del camino Se hicieron varios intentos para pasar por otro lugar más elevado, rodeando así el peligroso paso, pero todo fue en vano.

Los cartagineses no podían elegir: tenían que cruzar aquella masa de nieve. En un día abrieron una senda, por lo que pudieron seguir los caballos y animales de carga. Luego, con ayuda de los elefantes, ensancharon el boquete, que los colosales y hambrientos brutos de moraron tres días en pasar. Otros tres días y el ejército entero se encontraría en la llanura. El viaje desde Cartagena había durado cinco meses, habiéndose empleado la última quincena de ellos en la travesía de los Alpes.

El audaz generalísimo veía al fin realizados sus planes: podría atacar a los romanos en el mismo suelo de Italia. Su voluntad de hierro le había permitido franquear los Alpes y ganarse un nombre en la historia. Pero la hazaña costó sacrificios espantosos. Aníbal perdió quizás la mitad de sus efectivos desde el paso del Ródano hasta su llegada a Italia. El frío de la elevada cordillera fue lo que arrebató mayor número de vidas humanas. Le quedaban a Aníbal unos veinte mil infantes y seis mil jinetes cuando entró en territorio romano. Una vez allí, contaba con pueblos amigos para completar sus filas.

La guerra en las llanuras del Po

Los hombres de Aníbal tuvieron tiempo suficiente para reponer fuerzas antes que Publio Escipión llegara al nuevo teatro de operaciones; además, el cartaginés obligó a mucha gente del norte de la Galia cisalpina a alistarse a sus órdenes. Escipión, al frente
de un destacamento de caballería y arqueros, tomó contacto con la caballería de Aníbal cerca del río Tesino, en los alrededores de Vercelli. Númidas y bereberes, montados sobre caballos árabes rápidos y vigorosos, formaban una caballería ligera ideal. Los
númidas eran para Aníbal lo que los cosacos para los zares en los siglos XVIII y XIX. Ambos jefes dirigían en persona sus grupos de reconocimiento. Escipión aceptó el desafío, pese a la superioridad numérica de los cartagineses.

La caballería pesada de Aníbal rechazó rápidamente a los romanos. Luego, la caballería númida atacó por retaguardia y un flanco. Antes que Aníbal cruzase el Po, Escipión, herido de gravedad, hubo-de retirarse tras del río Trebia. Allí, apoyando su ala izquierda en los Apeninos, y la derecha en el Po y en la fortaleza romana de Placentia, la actual Piacenza, ocupó una posición ventajosa: Escipión tuvo que dejar el mando por estar gravemente herido Aníbal recurrió entonces a su genio militar para sacar a los romanos de su ventajosa posición. Dejó que la caballería enemiga triunfara en una pequeña escaramuza y los romanos sintieran el deseo de mayores triunfos. El otro cónsul, Sempronio Longo, al frente de sus jinetes,
ansiaba hacerse célebre antes que finalizara su mandato. Unos días más tarde, las tropas ligeras romanas se enzarzaron de nuevo con la caballería enemiga. Los cartagineses retrocedieron poco a poco, y los romanos, arrastrados por su ardor, dejáronse llevar hasta la otra orilla del río. De pronto los cartagineses se detuvieron. Los romanos se encontraban ya en el lugar escogido por Aníbal para trabar combate, precisamente frente a todo el ejército cartaginés, alineado en orden de batalla.

Los romanos habrían sido aniquilados si el grueso de su ejército no los hubiera socorrido. La tropas ligeras romanas no pudieron resistir mucho tiempo; la infantería, en cambio, si bien es cierto que no pudo romper las filas de la infantería ni de la caballería enemigas, no cedió un paso. Hasta que un ataque de flanco con un grupo escogido a las órdenes de Magón, hermano menor de Aníbal, sembró el desorden en las alas y en la retaguardia central. No obstante, el grueso de las tropas -el centro, un tercio del ejército-, en formación compacta, hundió el dispositivo cartaginés y se abrió camino hacia Placentia tras un combate suicida. Los demás grupos intentaron en vano atravesar el río: fueron dispersados por las tropas ligeras cartaginesas o aplastados por los elefantes.

Ambos campos sumaban enormes pérdidas; además, el rigor del invierno hacía estragos en las líneas cartaginesas. Tito Livio cuenta que los cartagineses sufrieron tanto por las inclemencias del tiempo, que no tuvieron fuerzas para celebrar la victoria. De los
elefantes, trasladados por mar y tierra con tanto esfuerzo, sólo uno sobrevivía. En compensación, el ejército de Aníbal recibió refuerzos celtas muy importantes. Después de la victoria cartaginesa, los galos se levantaron en masa contra los romanos y le pusieron a disposición unos sesenta mil hombres.

La batalla de Trebia había demostrado, sin embargo, la superioridad del legionario sobre el infante cartaginés. La fuerza de los romanos se basaba en su infantería y en su población en constante aumento, que les permitía reclutar de continuo tropas frescas. Contando los contingentes aliados, podía disponer de cien mil combatientes. La
situación, en cambio, era distinta para Aníbal: sus efectivos ordinarios disminuían de mes a mes y cada vez le era más difícil cubrir bajas. Sus refuerzos tenían que venir de Cartago o de España; además era imposible inculcar, en corto plazo, disciplina a lashordas célticas. Los galos eran excelentes en el ataque, pero, carentes de tenacidad, eran incapaces de resistir mucho tiempo; y no servían para las maniobras tácticas ni soportaban largas caminatas. Lo único con que Aníbal podía contar era con su excelente caballería y, desde luego, con su genio estratégico. Se veía en la necesidad de dar a la lucha un carácter dinámico y perseguir sin tregua al enemigo, pues los cartagineses, siendo menos, estaban perdidos si mantenían una guerra de posiciones.

Aníbal creyó que podría forzar la solución si lograba separar a Roma de sus aliados, e hizo lo posible para atraérselos: encadenó a los prisioneros romanos y dio libertad a los prisioneros aliados de Roma sin exigir rescate. Los libertados se encargarían de divulgar en sus países que Aníbal no luchaba contra Italia, sino contra Roma, que combatía por la libertad de todos los pueblos itálicos y prometía a las ciudades oprimidas la recuperación de su status previo a la ocupación romana.

Aníbal pasa los Apeninos. Batalla del lago Trasimeno

Trebia fue, para Roma, una catástrofe comparable sólo a la invasión gala de 173 años antes. Desde entonces, Aníbal inspiró a los romanos tanto terror como antaño los galos, ahora unidos para colmo. Por doquier se oían funestos presagios. El pueblo estaba
sumido en la mayor angustia.

Aníbal dejó atrás Trebia, penetró en Italia central y llegó hasta Etruria, donde desbordado el Arno por las lluvias, el ejército debió avanzar chapoteando durante cuatro días. Para dormir, los soldados tuvieron que echar su impedimenta al agua o tenderse sobre los cadáveres de los caballos o animales de carga. Muchos soldados, afectados por las fiebres, cayeron para no levantarse; los caballos murieron también por centenares. El mismo Aníbal, que viajaba sobre el último elefante que quedaba, sufrió una infección y perdió un ojo.

Pese a todas las desgracias, Aníbal alcanzó su objetivo. Roma estaba amenazada por un peligro mortal. Para enfrentar a uno de los mayores genios militares del mundo, designó, sin embargo, a un hombre sin reputación de general: el cónsul Flaminio. Político especialista en cuestiones sociales, cuando tribuno se había opuesto al Senado y a los terratenientes, promulgando una excelente ley agraria para el bien del Estado, que repartía entre los campesinos romanos el extenso y fértil territorio situado al sur del
Rubicón, casi deshabitado hasta entonces. Posteriormente, como censor, se había ganado la fama imperecedera, estableciendo una impresionante red de calzadas, entre ellas, la Vía Flaminia, que enlazó económica y militarmente la Galia cisalpina con Roma.

El gran político empuñaba ahora la espada; el pueblo lo esperó todo de él. Aníbal consiguió atraer al inexperto Flaminio al terreno más favorable para los cartagineses, un paso muy estrecho cerca del lago Trasimeno. Cuando vio que Flaminio le seguía muy de cerca, una noche (junio de 217 antes de Cristo) le tendió una emboscada con sus tropas e hizo una espantosa matanza. Flaminio corrió la suerte de sus soldados. Los pocos supervivientes fueron hechos prisioneros. Casi todo el ejército romano -unos treinta mil hombres- fue aniquilado, mientras que Aníbal sólo perdió unos 1.500 hombres, en su mayoría galos.

Fabio Cunctator

Aníbal ya podía marchar sobre Roma cuando quisiera. Los romanos destruyeron los puentes sobre el Tíber y, no viendo otra solución, adoptaron una medida quepermanecía arrumbada desde hacía treinta años: eligieron un dictador. La elección recayó sobre un tal Fabio Máximo, hombre de edad, famoso por sus ponderadas decisiones. Aunque era querido por todos, Fabio era un aristócrata y lo demostraba: nunca se había avenido a preguntar cuál era la opinión del pueblo.

Por su parte, Aníbal desplegó una estrategia muy cautelosa, hecho sorprendente en un militar tan inclinado a la ofensiva. A pesar de su gran victoria en el lago Trasimeno, no quiso atacar a Roma en el acto; antes confiaba en poder aislar al adversario de sus aliados. Destruyéndolo todo a su paso, atravesó la Umbría en dirección a la Italia meridional, para demostrar a sus habitantes que Roma era incapaz de protegerlos. Con una mano los aporreaba, mientras tendía la otra ofreciéndoles su alianza. Aníbal combinaba una agresividad irresistible con una típica astucia púnica; ello lo convirtió en uno de los más grandes capitanes de la historia. Pero nada pudo contra la solidaridad de las instituciones políticas romanas. Ningún aliado se asoció al invasor. Todos consideraban a Roma como su protectora natural contra los cartagineses y los galos.

Como Pirro, Aníbal subestimó la cohesión del conglomerado romano y su capacidad de resistencia. En tiempos de Pirro todavía dolían las heridas causadas por la guerra contra Roma en regiones como el Samnio. Pero transcurridos sesenta años, otras generaciones. regían la política en todas partes de Italia, y la gente joven, sobre todo sentía amenazado su porvenir si Roma caía.

El nuevo dictador contribuyó también a salvar a Roma con su inteligente y prudente manera de dirigir la guerra. Determinado a evitar toda batalla campal, al contrario de lo que hiciera su predecesor Flaminio forzando la solución a toda costa, Fabio Máximo se limita a hostigar al enemigo con incesantes escaramuzas de menor cuantía, para agotarlo. Estas guerrillas permitieron a las tropas romanas recién reclutadas adquirir experiencia en tal género de lucha; además, cada nuevo éxito
aumentaría en los bisoños la confianza y la eficacia. Fabio ocupó en la Campania un paso obligado del ejército de Aníbal. Los cartagineses iban a encontrarse en una situación en que todo parecía predecir un buen desquite por la derrota del Trasimeno.

Pero Aníbal consiguió salir del mal paso. Ordenó a sus soldado buscar leña y hacer gavillas; al llegar la noche, hizo atar los haces a los cuernos de unos dos mil bueyes que formaban parte de su botín; éstos con los haces encendidos, fueron luego lanzados hacia una de las cuestas que delimitaban el desfiladero, al mismo tiempo que
los soldados golpeaban constantemente su escudo. El ejército romano que custodiaba la salida del paso, al ver correr tantas antorchas a lo largo de la vertiente, creyó que los cartagineses se escapaban por el monte y se precipitó a su encuentro. Cuando se
descubrió el engaño, Aníbal había pasado al puerto con su ejército.

Si Fabio hubiera podido rematar su plan, los romanos le hubieran aclamado como salvador de la patria. Se empezó a murmurar que el anciano dictador había perdido el juicio, que era un obseso y hasta un «contemporizador» (Cunctator). Uno de los adversarios más acérrimos del dictador era su general de caballería, Minucio. Bastó que Minucio consiguiera una modesta victoria sobre los cartagineses (en realidad se trató de una escaramuza sin importancia) para que le invistieran de un poder igual al del dictador. Minucio se vanagloriaba de haber vencido a Aníbal, algo que no había conseguido el dictador de Roma, y se puso al frente de una parte del ejército, dejando la otra a Fabio. El ejército romano se dividió, pues, en dos partes, al frente de las cuales había sendos generales que aplicaban principios estratégicos con frecuencia opuestos.

Naturalmente, faltó tiempo a Minucio para hacer, gala de su talento militar: su ejército no fue aniquilado gracias a que Fabio llegó a tiempo para socorrerle. Entonces, el pueblo retiró el mote de Cunctator al dictador y le aclamó como «escudo de Roma». El poeta Ennio, que escribió poco después una historia de Roma, dice en verso: Unushomo nobis cunctando restituit rem (Sólo un hombre transigiendo, nos restituyó el Estado).

La batalla de Cannas, el gran desastre

Para los romanos, el año 216 antes de Cristo fue todavía peor que los dos anteriores, a pesar del enorme esfuerzo realizado para crear un nuevo ejército. En la primavera, Roma podía alinear cerca de noventa mil hombres. Pero nadie como el cartaginés sabía llevar la batalla al terreno que le era más favorable. Los romanos no carecían de efectivos, de disciplina, ni de poder, pero no habían encontrado al estratego ideal. Y una vez más confiaron el mando del ejército a dos cónsules: Paulo Emilio y Terencio Varrón, quienes lo ejercieron por turnos de dos días cada uno.

Terencio decidió atacar cerca de Cannas, en Apulia. Aníbal estaba en desventaja numérica: su ejército sólo contaba con la mitad de los efectivos romanos. Sin embargo, logró cercar al enemigo en un movimiento de tenazas, rodeándolo en seguida como una serpiente a su presa. Aníbal destruyó casi la totalidad del ejército romano. Unos cincuenta mil hombres, entre ellos ochenta senadores, yacían en el campo de batalla, y otros veinte mil se retiraban en calidad de prisioneros. Entre los muertos en Cannas se encontraba Paulo Emilio. Roma había perdido las tres cuartas partes de sus legiones, reclutadas con tanto esfuerzo. Nunca se vio en un ejército tan numeroso y excelente sucumbir tantos hombres con menos pérdidas enemigas: no más de seis mil hombres.

La batalla de Cannas fue un ejemplo perfecto de acción envolvente. Aníbal consiguió este triunfo gracias a la flexibilidad de su ejército, cosa que los romanos no habían conseguido aún.

La marcha triunfal de Aníbal desde Cartagena a Cannas no tenía igual, fuera de la expedición de Alejandro. Pero, a diferencia de éste, Aníbal nunca quiso aniquilar al país en que combatía, sino sólo forzar al adversario a una paz que ofreciera todas las garantías posibles a Cartago. Ello aparece evidente en el tratado que firmó en 215 con el rey Filipo de Macedonia. Conseguidos sus mayores éxitos, Aníbal no pensaba destruir Roma; al contrario, quería firmar un pacto de amistad con los romanos al final de la guerra. Los cartagineses no deseaban más que una cosa: establecer un equilibrio entre las dos potencias mayores de la época, equilibrio garantizado por Macedonia. Filipo debería contentarse con los territorios anexionados por los romanos en el litoral del Adriático.

El objetivo de Aníbal era devolver a su patria lo que los romanos le habían arrebatado, es decir, Sicilia, Cerdeña y España al norte del Ebro; además, quería reintegrar la Italia septentrional a los celtas y la Italia del sur a los griegos, dejando a Roma con la zona central de Italia. Los cartagineses se considerarían entonces seguros, pues los romanos no les disputarían ya el Mediterráneo occidental. Pero Roma entera se irguió ante tal perspectiva. Aníbal se enfrentaba con un pueblo decidido a defender hasta el fin su dominio sobre Italia. ¡Antes morir que ceder la aldea más pequeña! He aquí el pensamiento que animaba a la ciudad y a sus más fieles aliados. Este ideal les daba el derecho histórico de dominar el mundo.

Retrato antiguo de un hombre y portada de un libro
Profesor Carl Grimberg y la portada del tomo III de su Historia Universal.

VARLDHISTORIA, TOMO III ROMA, CAPÍTULO II ROMA GRAN POTENCIA, LAS GUERRAS PÚNICAS. POR CARL GUSTAF GRIMBERG.

VER ÍNDICE GENERAL DE LA OBRA POR CAPÍTULOS.

Por Selecciones

Selecciones de prensa y colaboraciones.

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: