VARLDHISTORIA, TOMO III ROMA, CAPÍTULO II ROMA GRAN POTENCIA, LAS GUERRAS PÚNICAS. POR CARL GUSTAF GRIMBERG.
CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO. 1. Dos rivales. La lucha por Sicilia. 2. El Estado romano alcanza sus fronteras naturales.
Dos rivales. La lucha por Sicilia.
Cuando Pirro abandonó Sicilia en el año 276 a. C., parece que exclamó: «¡Detrás de mí dejo un buen campo de batalla para romanos y cartagineses!».
Sicilia, el Peloponeso de Italia, puede ser considerada bajo dos aspectos: o como un istmo, factor de unidad entre dos pueblos, o como un estrecho, factor de separación. En la práctica no hay mucha diferencia entre ambos.
Los cartagineses, que ocupaban ambas orillas del mar Tirreno cuando los romanos sometieron a Italia, intuyeron el peligro. Estando ellos en Cerdeña, podía caer Sicilia, al parecer, en sus manos un día u otro. Los romanos, como dice Polibio, tenían que impedir a sus adversarios “que construyeran un puente que les condujera a Italia”. Por ello, cuando los cartagineses hicieron sentir su yugo en Mesina y la ciudad pidió ayuda a Roma, los romanos no dudaron en intervenir, aunque tuvieran verdadera necesidad de paz después de la penosa guerra con Pirro. Esta decisión fue tomada en 264 a. C. Fue el comienzo de las guerras más peligrosas que Roma entablara jamás y que recibieron el nombre de “púnicas”, pues los romanos llamaban poenii, a sus vecinos fenicios.
La lucha entre Roma y Cartago tenía un objeto más importante que el estrecho de Mesina. El mundo mediterráneo veía de nuevo enfrentarse a dos colosos, como en Maratón, Salamina y Platea dos siglos antes: una vez más, oriente y occidente, semitas e indoeuropeos, se disputaban la hegemonía. En esta época, los romanos y los cartagineses eran los dos únicos pueblos civilizados que manifiestan vitalidad política en occidente. Uno de ellos llegaría a ser, tarde o temprano, el dueño de la cuenca entera del Mediterráneo, pero nadie podía prever cuál de los dos lo conseguiría.
El Estado romano era continental; Cartago, un prototipo de potencia naval. El núcleo del Estado cartaginés no era mucho más extenso que la actual Túnez, ni poseía la totalidad de este territorio; en cambio, Cartago se posesionó de casi todo el litoral del poniente mediterráneo y con el tiempo llegó a ser una de las ciudades más ricas del mundo. Sus riquezas podían compararse a los tesoros del rey de Persia. Dícese que tenían una estatua de Baal de oro puro, por valor de mil talentos, en un templo con el techo recubierto con placas también de oro. Cartago era centro de un imperio mundial comparable al futuro Imperio Británico. Su poderosa flota y sus inagotables riquezas daban a la ciudad una superioridad aplastante sobre Roma, pobre y con sólo un ejército de tierra.
Pero ¿quién triunfaría? ¿El dinero o un gobierno que defendía los intereses particulares de sus ciudadanos mientras estos se esforzaban todos, en pro del poder y la gloria de su patria?
El primer acto de las guerras púnicas tuvo efecto en Sicilia y la fortuna favoreció a ambos bandos. Los romanos salían victoriosos de los combates terrestres, pero ¿qué significaban estos si Cartago, pujante metrópoli comercial, no cesaba de recibir por mar nuevas riquezas y aprovisionamientos? Para conseguir un resultado eficaz, los romanos tendrían que vencer en el mar, dominado por el enemigo. Pero los campesinos de la Campania querían, a toda costa, la lucha por tierra. Catón, el más romano de los romanos, lamentaba tres cosas en su vida: una de ellas haber usado un barco como medio de transporte cuando hubiera podido ir a pie.
Con todo, el pueblo romano tuvo que cambiar pronto de actitud y pensar en la construcción de una flota moderna y poderosa. Los campesinos del Lacio y los pastores de los Apeninos eran incapaces de manejar el remo y el gobernalle, pero los romanos se habían anexionado poco antes, otros pueblos que poseían experiencia en la navegación. En Etruria y en los países de Italia meridional podía encontrar Roma excelentes marinos, y los tarentinos y otros habitantes de la Magna Grecia, sabían cómo construir navíos y podían constituir el nervio de la tripulación romana. Estas circunstancias y un casual descubrimiento en el dominio de la estrategia naval permitió a los romanos alcanzar una victoria a la altura de Miles, cerca de Mesina. La invención consistía en unas pasarelas de abordaje, que lanzadas desde los barcos romanos, se sujetaban al puente de los navíos enemigos gracias a unos garfios de hierro; así, podían pasar al abordaje del buque enemigo y luchar cuerpo a cuerpo.
De súbito, esta victoria naval convirtió a Roma en potencia marítima. Naturalmente, los romanos no podían aún, medirse con los marinos enemigos y muchos barcos se hundieron por culpa de capitanes inexpertos. Cierto día de tempestad, una flota compuesta por 360 navíos, perdió las tres cuartas partes de sus naves, al chocar contra el litoral meridional de Sicilia.
Los romanos, enérgicos y tenaces, botaron pronto otra flota. Siguiendo el ejemplo de Agatocles, estos nuevos navíos transportaron tropas al África y amenazaron Cartago, pero la expedición fue desastrosa para las armas romanas. Revés tanto más peligroso, cuanto que los cartagineses habían encontrado en el joven Amílcar – apedillado Barca, “el rayo” – un almirante y un general de primera clase, que saqueó las costas de Italia. Los romanos reunieron sus últimas fuerzas para vencer por mar. Las arcas del Estado estaban vacías, pero los ciudadanos más ricos dieron prueba de generoso patriotismo y facilitaron los fondos necesarios para la construcción de los navíos. Cada uno se encargaba de sufragar los gastos requeridos para equipar un barco, y aquellos cuyos medios no alcanzaban a tanto, se unían con otros ciudadanos para coadyuvar a la tarea. Semejante esfuerzo sorprendió al enemigo, que sufrió una derrota aplastante a lo largo del litoral occidental siciliano, en el año 242. Los cartagineses abandonaron toda esperanza y propusieron la paz. De hecho, habían perdido ya Sicilia hacía años y las posibilidades de reconquista parecían nulas. Por su parte, los romanos nada ganaban con las hostilidades. Se firmó pues, la paz: Cartago perdía Sicilia y se comprometía a pagar 3200 talentos como indeminazación.
La guerra había durado veinticuatro años, sin interrupción. Muchos soldados que participaron en el combate decisivo aún no habían nacido cuando empezó el conflicto. Las pérdidas humanas causadas por la guerra, sabiendo que en seis años la población romana disminuyó en 50000 personas, pueden calcularse en una sexta parte del total de sus habitantes.
Los romanos habían pagado a precio muy alto la conquista de Sicilia, pero la isla tenía un gran valor y pronto fue el granero de Roma. En nuestro tiempo, las tierras de Sicilia producen sobre todo vino, aceite y frutas; es difícil imaginarnos las regiones fértiles insulares sembradas de trigo doblándose al peso de las espigas. En aquella época, la agricultura siciliana era el epílogo de una política romana eficaz. En efecto, los romanos exigían como impuesto la quinta parte de la producción hortícola y la décima en cereales. Entonces, las manzanas, peras, aceitunas, vino y algunas legumbres, constituían el cultivo hortícola, y casi todos los frutos meridionales, tan característicos hoy del paisaje italiano, eran desconocidos. El melocotón, el albaricoque y la almendra, se introdujeron más tarde, cuando Roma extendió su dominio por toda la cuenca mediterránea; después los sicilianos se dedicaron al cultivo del naranjo y del limonero, frutos originarios de Asia.
El Estado romano alcanza sus fronteras naturales.
Sicilia se convirtió en provincia romana, nombre que los romanos dieron a sus posesiones situadas fuera de Italia propiamente dicha. Las provincias eran administradas por gobernadores romanos con un poder casi ilimitado. Poco después del tratado de paz con Cartago, Roma se adueñó de otro territorio cartaginés, Cerdeña, aprovechándose de una peligrosa rebelión de mercenarios cartagineses que regresaron a África sin percibir su sueldo, rebelión que se extendió a los Estados africanos vasallos de Cartago. Desde hacía tiempo, estos pueblos odiaban a sus dominadores, que les imponían un régimen penosísimo y les explotaban sin escrúpulos. Los mismos aliados fenicios murmuraban de forma tan alarmante, que el imperio cartaginés parecía condenado a la desintegración. Pero gracias a la energía y competencia de su general Amílcar, los cartagineses pudieron sofocar la rebelión después de tres años de lucha. Miles de rebeldes fueron hechos prisioneros y arrojados a los elefantes para que los aplastaran. Los jefes fueron crucificados. Así pagaron las horribles crueldades cometidas antes por ellos. El mundo entero se estremeció ante una guerra tan feroz.

Aunque firmada la paz con Cartago, los romanos trataron de sacar provecho de la situación y al rebelarse Cerdeña, a su vez, contra Cartago, los romanos arrebataron esta otra isla a sus rivales y respondieron a sus protestas con amenazas de guerra. Los cartagineses tuvieron que claudicar porque no tenían más alternativa: no sólo hubieron de abandonar Cerdeña, sino que también tuvieron que entregar 1200 talentos para sufragar los gastos de guerra invertidos por los romanos.
Anexionada Cerdeña, los romanos se apoderaron de Córcega, antigua posesión etrusca cuya conquista ya habían intentado antes. Los nuevos dueños ocuparon el litoral de ambas islas, como hicieron antes que ellos los cartagineses y los etruscos, y sometieron a la población autóctona del interior a un estado de angustia perpetua organizando partidas de caza del hombre: los soldados romanos azuzaban perros en persecución de aquellos pobres habitantes para luego venderlos como esclavos. Con Sicilia, Cerdeña y Córcega, los romanos eran dueños del mar Tirreno, y el comercio cartaginés quedaba en sus manos. Cartago era amenazada en el Mediterráneo occidental y perdía una fuente importante de ingresos y properidad.
Poco después de incorporar estos territorios, los romanos comenzaron a imponerse en las regiones itálicas aún no conquistadas. Los galos eran siempre una amenaza peligrosa. Desde el norte descendían nutridos contingentes atraídos por la perspectiva de un rico botín. Y antes de que los romanos se enterasen de lo ocurrido, los bárbaros acampaban a tres jornadas de Roma. Los romanos vencieron al fin, a costa de muchas vidas humanas, y decidieron también someter a la Galia Cisalpina para alejar en definitiva el peligro galo: la guerra fue cruel y duró cinco años. Hacia 220 a. C., Italia estaba conquistada hasta los Alpes.

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