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Más que un municipio, Chimichagua es toda una provincia, que desde su entorno anfibio proyecta una muy fuerte identidad cultural que se siente en todo el Cesar. Era la primera vez que me aprestaba visitar Chimichagua y la curiosidad era grande, antes de ir decidí llamar a mi amigo Héctor Rocha, empresario del turismo en Valledupar y chimichagüero de pura estirpe, él me dio algunos consejos muy útiles para el viaje, como dónde contratar un transporte confiable y los mejores sitios para visitar, descansar y disfrutar de la gastronomía.
Salí de Valledupar el sábado por la madrugada, abordo del carro del señor Domingo Laitano, experimentado conductor; como primero me recogió a mí, aproveché para ubicarme en el puesto de adelante, pues no quería perder ni por un instante las bellezas que el paisaje cesarense ofrece. Cuando el sol despuntaba paramos en el corregimiento de Mariangola a tomar café y comer arepas de queso asadas; seguimos hasta Bosconia y cruzamos por la doble calzada hacia El Paso.
Por el camino vi muchos osos hormigueros atropellados, al borde de la vía son visibles los letreros de advertencia por la presencia de fauna silvestre, pero esta medida no parece ser eficiente para evitar las colisiones fatales que podrían estar diezmando algunas poblaciones. Llegamos al cruce del ferrocarril y por suerte el tren estaba por pasar, conté 155 vagones repletos de carbón con destino al puerto de Ciénaga o Santa Marta, grandioso aporte que la naturaleza y los mineros del cesar hacen al mundo entero y que es una insustituible fuente de progreso y bienestar para la región y toda colombia.
Luego de dos horas con cincuenta minutos y transitar por 197 km de carretera bien pavimentada, llegamos a Chimichagua, el señor Domingo me llevó hasta el Hotel La Casona, alojamiento sencillo pero bien atendido por el administrador Agustín, me instalé y le pregunté como llegar al muelle, que está a cinco cuadras del hotel, por lo cual decidí llegar caminando.
Llegué al muelle y eran las 8:30 am, no era tan tarde pero el calor ya se hacía sentir, me tomé una fría limonada en la cafetería y abastecí mi mochila con dos botellas de agua, sin duda las necesitaría más tarde. Bajé a las orillas de ese maravilloso espejo de agua llamado la ciénaga de Zapatosa, la temporada de lluvia acababa de finalizar y los playones empezaban a extenderse para la delicia de cientos de especies de aves, muchas de ellas migratorias, una vez ahí tomé el transporte en bote con destino a la principal recomendación dada por mi amigo Héctor, Francachela Island.
En Francachela Island
Junto a un grupo de turistas que esperaban, tomé el bote «La Piragua» del pescador Ever Johnson y en menos de cinco minutos llegamos; pronto la ciénaga nos empezó a regalar hermosas postales. Al descender del bote nos recibió la anfitriona, Elizabeth Reales, emprendedora destacadísima de Chimichagua, quien con su excelente servicio ha posicionado Francachela Island como un referente para el descanso, esparcimiento y deleite gastronómico; la isla cuenta con restaurante en el que destaca el bocachico en todas sus formas de preparación, en viuda, guisado y frito, bebidas para todos los gustos, buena música, un eco-hostal, zona de hamacas y por supuesto su deliciosa playa de agua dulce.
Aquí pasé la mañana, debidamente hidratado por una mano de cervezas micheladas, y al mediodía «me dejé caer» un tremendo bocachico frito, con yuca y ensalda; recomiendo sin dudar este lugar, me maravilló y espero regresar muy pronto.
Por la tarde recorrí el pueblo, visité la plaza de la Inmaculada Concepción, con su impresionante templo de dos torres, que bien pueden denominarse minaretes neoclásicos, muy bello. Al final del día compartí con Jovani Iglesias y Eduardo Soto, dos jóvenes líderes en sus comunidades, ambos finalizando sus estudios profesionales, Jovani como ingeniero ambiental en la Universidad Popular del Cesar y Eduardo como biólogo en la Universidad Nacional.
Eduardo se ofreció amablemente a llevarme hasta la vereda de «Los Placeres», a 10 km de la cabecera municipal; llegamos a las 6:00 y estuvimos observando aves y hablando sobre la oferta turística de Chimichagua, que es muy integral, pues tiene todo, naturaleza, cultura, folclor, balneario, navegación fluvial, buenos alojamientos, restaurantes, varias opciones de transporte y gente muy amable.
En «Los Placeres» hace falta más conservación forestal y hay problemas con la gestión de las basuras, pero cerca hay otros lugares a los que se puede llegar en bote y divisar las especies más interesantes de la ciénaga.
Regresamos al pueblo a desayunar en el hostal de «El Gordo Saúl», una maravilla de lugar, ofrece múltiples opciones de alojamiento, amplios espacios y un esmerado restaurante, recomendado para viajeros y empresarios del turismo, definitivamente establecimientos como este son las puertas por las que entra el desarrollo turístico a los destinos.
Finalmente Eduardo me llevó a conocer el templo de la Inmaculada Concepción, muy sencillo pero igualmente bello, con imágenes y altares muy bien cuidados. Me sorprendió el conocimiento que Eduardo tiene sobre la historia y folclor de Chimichagua, es un excelente guía y representa muy bien a su región, no por casualidad dirige la Fundación Chimichagua tiene historia, sobre la cual invitamos a conocer más en Youtube e Instagram.
Hubiera querido pasar más tiempo en Chimichagua pero pudimos hacer un completo reconocimiento de la oferta turística de la cabecera municipal y áreas cercanas; el municipio es mucho más grande, tiene cientos de islas fluviales bien conservadas, pero también llanuras y montañas, pues hasta el Perijá se extiende Chimichagua, hay entonces mucho más territorio para conocer, fuente inagotable de aventura.
JOSE LUIS ROPERO – GUÍA DE TURISMO.
