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CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO.
- Ante el precedente de la Gran Guerra, no había júbilo para una segunda.
- Hitler controló las fuerzas militares nombrando innumerables «altos mandos» para cada escenario.
- Ya no hubo marcha atrás.
- Alemania inicia operaciones militares contra Polonia.
- La Unión Soviética también invadió Polonia, pero los aliados no le declararon la guerra.
La decisión del ataque contra Polonia la tomó, única y exclusivamente Hitler. Ni el gobierno, cuyos ministros desde el año 1937 no habían vuelto a asistir a una reunión del Consejo de Ministros, ni el Reichstag habían sido consultados previamente por él. La repetición de la palabra «yo» en su discurso del 1 de diciembre de 1939, es demostrativa del carácter egocéntrico de aquella decisión irrevocable: «Yo he dicho… Yo he comprobado… Yo he decidido… Yo dirigiré esta guerra contra quien sea…», y finalmente, señalando el gris de su propio uniforme, remarcó sus obligaciones personales: «Yo me he vuelto a poner esta guerrera que siempre ha sido la más amada y sagrada para mí. Y yo no me la volveré a quitar, hasta haber alcanzado la victoria, o ¡yo no sobreviviré al final!«.
El discurso de Hitler fue seguido por las habituales manifestaciones de aprobación del Reichstag. Pero la gente de la calle no expresaba júbilo. Si sólo se hubiera tratado de una campaña contra Polonia, que no provocara luego una guerra mundial, muchos alemanes, al recordar las injusticias cometidas durante los años 1919 a 1920 y los desmanes más recientes contra los miembros de la minoría alemana que residía en este país, no hubieran osado hacer objeciones de índole moral. Pero miraban llenos de preocupación hacia Francia e Inglaterra. El recuerdo de la guerra de los dos frentes, la pesada carga de los años 1914 a 1918 había renacido. Eran pocos los que consideraban necesario un nuevo contraste de fuerzas con las potencias occidentales. Sin embargo, bajo los efectos de la propaganda, algunos observadores superficiales creían que esta vez Alemania no tendría necesidad de pasar por pruebas tan severas, puesto que el intento de cerco británico y, con toda probabilidad, el previsto «bloqueo de hambre» quedaría descartado por la conclusión del pacto germano-soviético.
Ante el precedente de la Gran Guerra, no había júbilo para una segunda.
Pero la Wehrmacht estaba todavía menos jubilosa que el pueblo por la declaración de guerra, dado que tenía plena conciencia del límite de sus posibilidades. Casi todos los militares de alta graduación sabían que el armamento del Reich era de carácter defensivo y que no podría ser terminado hasta el año 1943. El ejército no podía llamar a filas más que a cinco reemplazos completos y a diferencia de las 98 divisiones de combate de 1914, sólo disponía de una «primera ola» de 52 grandes unidades. Y también la Luftwaffe, aunque numéricamente muy poderosa, presentaba muchos fallos. La falta de reservas de combustible y munición, así como de submarinos listos para hacerse a la mar y paralizar el comercio marítimo inglés, demostraban aún con mayor claridad hasta qué punto Hitler «baladronaba» al desencadenar una guerra que no había de limitarse al conflicto germano-polaco.
El ejército del Reich no iba a impresionar a sus enemigos. Los dirigentes militares, que estaban perfectamente al corriente de sus posibilidades y veían que detrás de las fortificaciones no terminadas del «Westwall«, momentáneamente, sólo ocupaban sus posiciones ocho divisiones activas y 25 divisiones de la reserva con munición para sólo tres días de lucha frente a unas 90 grandes unidades francobritánicas; mientras que en el este, 44 divisiones activas, varias unidades de la reserva y algunos regimientos eslovacos habían de derrotar en un plazo muy breve al ejército polaco, numéricamene casi igual. Los jefes militares no podían creer en una victoria, o habían de llegar a la conclusión de que Hitler, por motivos aún desconocidos, tenía la certeza de una inacción por parte del campo occidental.
Al parecer, el canciller no había informado debidamente a los generales y por este motivo, durante el primer día ya surgieron una serie de divergencias en las relaciones entre los políticos y los dirigentes de la guerra. Estas relaciones habían de ser mucho más problemáticas en el curso de los años siguientes, en parte por la actitud dictatorial de Hitler y en parte, porque el mando de la Wehrmacht no estaba organizado como hubiera sido necesario.
Hitler, que ostentaba el cargo de «Führer y Canciller del Reich» era al mismo tiempo «comandante supremo de la Wehrmacht«. Sus instrucciones militares eran avaladas desde el 4 de febrero de 1938 por el capitán general (futuro mariscal de campo) Wilhelm Keitel. Este ocupaba el cargo de ministro del Reich y en su calidad de «jefe» estaba al frente del «Alto Mando de la Wehrmacht» (OKW). Este alto mando tenía a sus órdenes directas una serie de oficinas, de las cuales las más importantes eran la «Wehrmachtsfuehrungsstab«, la «Abteilung Landesverteidigung» (Warlimont), transformada durante el invierno de 1941 al 42 en la oficina «Stellvertretenden Chefs des Wehrmachtsfuehrungsstabes» y el «Abwher» (Canaris). Dependían directamente de aquel alto mando (OKW), el alto mando del ejército (OKH), alto mando de la Luftwaffe (OKL) y el alto mando de la marina (OKM).
Al frente del alto mando del ejército, Hitler había colocado al capitán general (futuro mariscal de campo) Walther von Brauchitsch. El jefe del estado mayor general, era el general (futuro capitán general) Franz Halder. La institución más importante del alto estado mayor la constituía la «sección de operaciones» (dirigida primera por Greiffenberg, luego por Heusinger y otros). El alto mando del ejército contaba además con otras organizaciones de mando, por ejemplo el «Heerespersonalamt» (B. Keitel), «Oberquartiermeister» (H. v. Stülpnagel) y el «Befehlshaber des Ersatzheeres» (Fromm). El país estaba dividido en «Wehrkreiskommandos» (regiones militares). En el frente la dirección incumbía generalmente a los «Armeeoberkommando» (AOK, alto mando de los ejércitos) de los cuales dependían los cuerpos de ejército. Estos estaban formados a su vez por las divisiones y unidades especiales. En las campañas de mayor envergadura fueron reunidos varios ejércitos en «grupos de ejércitos».
El alto mando de la Luftwaffe estaba en manos del mariscal general de campo (desde 1940 «Reichsmarshall«) Hermann Goering y su jefe de estado mayor Hans Jeschonnek. Entre las secciones más importantes de esta arma figuraban el «Luftwaffenfuehrungstab» (estado mayor general de aviación, comandado por Hoffmann von Waldau), el secretariado de estado para la navegación aérea (Milch) y una «dirección de material» (Udet). Desde el alto mando de la Luftwaffe las órdenes se ramificaban a través de las «Ausbildungs–und Ersatzkommandos» y los «Luftwaffenkommandos» daban las órdenes a las tropas en el frente. A diferencia de las fuerzas aéreas de otros países, formaban parte de la Luftwaffe alemana no sólo el personal de abordo de los aviones y el personal auxiliar de tierra, sino también la artillería antiaérea, transmisiones aéreas y paracaidistas y, al final de la guerra, incluso unidades de tierra como las «Luftwaffen–Felddivisionen«.
El alto mando de la Marina de Guerra lo ocupó hasta el año 1943 el almirante (posteriormente «gran almirante») Erich Raeder. El jefe de estado mayor de la «Seek–regsleitung» (SKL) en septiembre de 1939 era el almirante Otto Schniewind. El «Marine–kommandoamt» tenía las mismas atribuciones que el almirantazgo británico. En el curso de las hostilidades fueron creados por Raeder varios «Gruppenkommandos» que dictaba las órdenes a la flota y el jefe de la flota (primero Boehm, luego Marschall y posteriormente Lütjens). El antiguo «Führer de los submarinos», dependiente del alto mando de la flota (a partir de 1940, comandante en jefe Doenitz) adquirió muy pronto una posición independiente debido a la creciente importancia de su arma. El «Marinewehramt» para asuntos administrativos, un «Allgemeines Marineamt«, que garantizaba la preparación técnica de los astilleros y vehículos así como el «Marinekonstruktionsamt» constituían importantes fundamentos en la estructuración del alto mando de la Marina de Guerra.
En esta organización de mando faltaba la necesaria colaboración. Cada alto mando tenía una gran independencia. La ambición de Goering impedía la oportuna organización de las unidades de aviación de la flota con aviones torpederos y aviones para la lucha contra los submarinos. A pesar de las experiencias de los años 1917-1918, la Marina de Guerra no estaba suficientemente preparada para las operaciones anfibias en estrecha colaboración con el Ejército. Este no contaba con aviones de transporte y enlaces propios y padecía frecuentemente por falta de una suficiente información por parte de Hitler y del alto mando de la Wehrmacht. Finalmente se llegó a una absurda división de escenarios de guerra, unos a las órdenes directas del alto mando de la Wehrmacht y otras bajo el alto mando del Ejército.
Dinamarca, Noruega, Finlandia del Norte, África e Italia, así como los Balcanes, Francia, Bélgica y Holanda, que hasta marzo y julio de 1941, respectivamente, habían sido incumbencia del alto mando del Ejército, se convirtieron en zona de operaciones del alto mando de la Wehrmacht. El alto mando del Ejército mandaba única y exclusivamente en el oeste (hasta marzo de 1941), Yugoslavia y Grecia (hasta julio de 1941), así como Rusia (a partir del 8 de julio de 1941).
Hitler controló las fuerzas militares nombrando innumerables «altos mandos» para cada escenario.

Dado que el alto mando de la Wehrmacht nombraba comandantes supremos especiales en sus escenarios de guerra, debía cambiar continuamente su organización para adaptarse a sus necesidades de mando. En el curso de la guerra fueron surgiendo diversos «altos estados mayores» al frente de la Wehrmacht alemana.
Esta falta de colaboración entre las armas de la Wehrmacht y los estados mayores generales fue incitada personalmente por Hitler que deseaba obtener el mando único sobre todo y temía siempre que un general pudiera reunir demasiado poder en sus manos. Incluso, algunos funcionarios de su partido disminuyeron la eficacia de las fuerzas armadas tradicionales al crear sus propias organizaciones militares. Esto atañe en primer lugar a Hermann Goering, que a causa de su cargo de sucesor del «Führer y Canciller del Reich» y los muchos cargos ministeriales y del partido que le habían sido confiados, apenas tenía exacta conciencia del verdadero estado de la situación militar y por motivos puramente personales aumentó exageradamente el personal de tierra de la Luftwaffe. Igualmente nefasto para la organización y administración del ejército de tierra fue la creación, por Heinrich Himmler, de las Waffen-SS. Al principio de la guerra había sido una unidad de reserva con 35000 hombres y, al final de las hostilidades, contaba con 830000 soldados (un alto mando de los ejércitos, siete cuerpos de ejército, 23 divisiones, 5 brigadas y varias unidades especiales).
El hecho de que la Wehrmacht, a pesar de todos sus defectos e insuficiencias, alcanzara una serie de victorias, se debe primordialmente a dos causas: el temporal adelanto de las fábricas de armamento alemanas en la producción en masa de modernas armas y la presencia de un cuerpo de oficiales capacitado. Los ejércitos alemanes disponían, cuando se inició el ataque contra Polonia, de numerosos carros de combate, que agrupados en cuerpos acorazados y apoyados por divisiones de infantería plenamente motorizadas y los aviones de bombardeo en picado del model JU-87, podían recorrer largas distancias. Al mismo tiempo, había en todos los grados del mando militar muchos hombres que eran lo suficientemente ingeniosos, competentes y enérgicos para aprovecharse debidamente de las posibilidades de éxito que se les ofrecían. La primera guerra mundial y la Reichswehr de la República de Weimar habían creado suficientes oficiales. Tampoco el cuerpo de suboficiales alemán durante los años 1939-1940 tenía ningún país beligerante que pudiera comparársele en instrucción y número.
En la situación en que se encontraba Alemania en 1939, indiscutiblemente le favorecieron las vacilaciones de Francia. Si el gobierno francés hubiese hecho honor al pacto Gamelin-Kasprzyki que había sido firmado hacía pocas semanas, y por lo tanto, lanzado una gran ofensiva, Hitler se hubiese encontrado en una situación sumamente comprometida. Pero el Jefe del Estado francés, Albert Lebrun, su Jefe de Gobierno, Edouard Daladier, el ministro de Asuntos Exteriores Georges Bonnet y el generalísimo Maurice Gamelin, dudaron durante muchos días entre la proposición italiana de celebrar una conferencia internacional y el punto de vista representado por la Gran Bretaña, de que las potencias occidentales debían declararle la guerra a Hitler. Mientras en el Quai d’Orsay calibraban prudentemente todas las posibilidades, los comunistas franceses empezaron a instancias del Kremlin, una campaña a favor de Hitler según la consigna: «Mourir pour Dantzig? Non!«
Todo esto contribuyó a reforzar a Hitler en su opinión de que podía lanzarse al ataque contra Polonia sin que ello provocara una segunda guerra mundial. No podía imaginarse que Francia y Gran Bretaña pudieran querer derramar sangre a causa de la ciudad de Danzig. Para ello la democracia francesa se le antojaba demasiado decadente. Inglaterra, mientras Stalin suministraba a la industria de guerra alemana las primeras materias y los víveres que le hacían falta, no estaba en condiciones de vencer al Reich por medio de un bloqueo naval. Por este motivo Hitler rechazó, el 31 de agosto, una invitación del embajador italiano Bernardo Attolico y contestó a Mussolini que renunciara a todos los proyectos de conferencia.
Ya no hubo marcha atrás.

El Canciller del Reich quería evitar un nuevo «Munich» que impidiera la «solución radical» que él quería aplicar a Polonia. Cuando Mussolini, no obstante, continuó buscando una solución, demostrando con ello lo poco dispuesta que estaba Roma a intervenir en una guerra, lo acogió el gobierno francés con un evidente suspiro de alivio. El entendimiento entre París y Londres sufrió un nuevo impulso. El 3 de septiembre de 1939, sir Neville Henderson y Robert Coulondre, entregaron en Berlín un ultimátum de texto idéntico, en el que fijaban un plazo de pocas horas y que entrañaba la entrada en guerra de las dos potencias occidentales europeas.
Hitler sufrió una desagradable sorpresa. El jefe intérprete Paul Schmidt, cuya misión estribaba en traducir la nota inglesa, explica que el Canciller del Reich quedó como «petrificado». Pero los días y semanas siguientes parecían darle toda la razón a Hitler. Francia y Gran Bretaña no hicieron nada en ayuda de Polonia. Los franceses se mantuvieron detrás de la Línea Maginot, en la frontera noroeste y el Cuerpo Expedicionario inglés se concentraba lentamente en el continente. Solamente las cordilleras de Warnd, en Sarrebruken, fueron ocupadas temporalmente por las tropas francesas… y esto fue para París motivo suficiente para engañar a Varsovia anunciando por el éter una ofensiva de distracción. Mientras, se fueron desarrollando entre las posiciones alemanas y francesas en el alto Rhin unas relaciones «casi amistosas». «Dróle de guerre» (una cómica guerra), fue el nombre dado a esta situación por parte del periodismo francés.
Polonia estaba perdida. Abandonada por sus aliados, el comandante en jefe polaco, general Edward Rydz-Smigly, hubo de renunciar a su intención de efectuar un avance sobre Berlín. Una falsa valoración de sus propias fuerzas y consideraciones políticas le impidieron hacer lo único acertado: retirar el ejército polaco detrás de los ríos Narew, Vístula y San, en donde habría quedado menos expuesto al peligro de cerco. El gobierno de Varsovia era contrario, sin embargo, a ceder militarmente las provincias occidentales. Rydz-Smigly se sujetó, por lo tanto, al plan del antiguo ministro de guerra Kazimiers Sosnkowski, de acuerdo con el cual tres grupos de ejército se concentraron alrededor de las ciudades de Posen, Lodz y Cracovia, e hicieron avanzar la masa de su caballería contra la frontera alemana. Prácticamente, esto significaba renunciar a la formación de un punto de gravedad. Las fuerzas polacas fueron desperdigadas. Debido a que estaban motorizadas de un modo insuficiente, no podían aprovechar las ventajas de disponer de comunicaciones interiores.
El ejército alemán contaba con favorables posiciones de partida. Se había concentrado en la Prusia oriental, en Pomerania y en Silesia, así como en el territorio de Eslovaquia, un país aliado, de modo que dominaban toda la Polonia occidental. Fueron formadas dos alas de ataque: los grupos de ejército sur (Rundstedt) y norte (Bock). El primero, al mando del capitán general Gerd von Rundstedt, contaba con tres grandes formaciones, el octavo ejército (Blaskowitz) al noroeste de Breslau, el décimo ejército (Reichenau) alrededor de Kreuzberg-Lublintz y el 14 Ejército (List), cuya ala izquierda estaba en Gleiwitz, mientras que la derecha estaba escalonada profundamente por el territorio de los Cárpatos eslovacos. El capitán general Fedor von Bock estaba al mando de sólo dos de estos cuerpos de ejército, el Tercer Ejército (Küchler) y el Cuarto Ejército (Kluge), se encontraban a ambos lados del corredor, donde habían de establecer contacto y, al mismo tiempo, avanzar en dirección norte, junto con el Décimo Ejército de Reichenau, encargado del esfuerzo principal.
Alemania inicia operaciones militares contra Polonia.

La campaña comenzó con la intervención en masa de la primera flota aérea (Kesselring). El 1 de septiembre de 1939 a las 4:40 am, despegaron cerca de 1500 aviones para el ataque contra casi todos los campos de aviación de cierta importancia en las regiones occidentales de Polonia. En esta acción fueron destruidos la mayor parte de los aviones enemigos antes de que pudieran despegar. Durante las siguientes 48 horas sólo hicieron acto de presencia unos pocos cazas y aviones de exploración polacos, pero también estos fueron abatidos casi en su mayoría. Inmediatamente después de haber asestado este primer golpe, las formaciones de bombarderos alemanes se lanzaron contra las comunicaciones, puesto que se pretendía obstaculizar y anular del modo más rápido y eficaz, los movimientos del ejército polaco. El resultado fue la desaparición de la red de comunicaciones polaca al oeste de Varsovia y una destrucción a fondo de todos los nudos ferroviarios de importancia. Las unidades que habían de trasladarse a sus puntos de concentración ya no llegaron. Las reservas del ejército tuvieron que quedarse en su mayor parte al otro lado del Vístula y quedó completamente desorganizado el servicio de intendencia.
Mientras la Luftwaffe asestaba estos golpes, el ejército también había iniciado su ataque contra Polonia. Los combates iniciales del ala izquierda del XIV Ejército contra el cinturón de fortificaciones enemigo en la zona fronteriza exigieron sacrificios sangrientos. Esta dura lucha fue decidida rápidamente por el avance del XXII Cuerpo Acorazado (Kleist) desde la Alta Tatra en la región entre Cracovia y Tarnov. Puesto que tambien el XVIII Cuerpo Alpino (Beyer) cruzó los Cárpatos y tropas eslovacas asaltaron el puerto orográfico del Duckla, lo que obligó a los polacos a ceder toda Galitzia occidental para, apoyándose sobre la fortaleza del Przemysl, organizar un nuevo frente defensivo a las órdenes del general Kazimiers Sosnkowski al otro lado del San, pero no llegaron a tiempo. Przemysl fue conquistada el 13 de septiembre. Las divisiones alemanas cruzaron el San y avanzaron sus unidades con fuerte artillería hasta las afueras de la ciudad de Lemberg.
Gracias a estos éxitos, List contaba con todas las ventajas previas para un rápido ataque del X Ejército. Más al norte, Blaskowitz, con sus unidades menos potentes debía realizar una misión análoga. Llegó hasta la región de Lodz en donde tuvo que hacer frente a fuertes ataques contra sus flancos por parte de los «Grupos de Ejército Posen» del general Wladyslaw Bortnowski que avanzaban en dirección sur y que causaron graves pérdidas al X (Ulex) y XIII Cuerpos de Ejército (Weichs). Mientras tanto, el X Ejército de Reichenau gozaba de una completa libertad de movimientos. En ininterrumpido avance, el XV Cuerpo Motorizado (Hoth) y el XVI Cuerpo Acorazado (Hoepner) alcanzaron el Vístula. Hoth conquistó los puentes cerca de Opatow y Demblin. Al otro lado de Radom se cerraba la primera bolsa alrededor de siete divisiones enemigas. Hoepner atravesó el río Gorja Kalwaria y alcanzó Varsovia, de la que habían huido el Jefe de Estado, el gobierno y las autoridades pocas horas antes.
La tensa situación en el ala izquierda del VIII Ejército (Blascowitz) no le causaba a Rundstedt, el comandante en jefe del Grupo de Ejército Sur, tantas preocupaciones como sus comandantes locales. Se negó a enviarle a Blaskowitz el cuerpo acorazado del X Ejército, que aquel le había pedido. Le era mucho más importante aprovechar la crisis que se había originado para cercar las tropas polacas. Esto se hizo factible, pues en el Grupo de Ejércitos Norte, los III y IV ejércitos habían logrado establecer contacto y ejercían una gran presión sobre el Vístula entre Plock y Modlin. Cuando Küchler cruzó el río con un cuerpo de ejército en dirección sur y los dos cuerpos más avanzados del X Ejército se dirigieron hacia el oeste siguiendo órdenes de Rundstedt, se libró la batalla del BZura, que se convirtió en la más importante de toda la campaña. Durante la noche del 17 de septiembre cedió la resistencia de 12 a 20 divisiones enemigas que ya no veían ninguna salida: 170000 soldados polacos entregaron sus armas.
Con ello se había decidido la campaña militar. La defensa de la fortaleza de Modlin por el general Viktor Thommée, los nueve días de lucha sangrienta alrededor de la ciudad de Lemberg, en los que el general Wlayslaw Langner había ostentado el mando de las fuerzas, la encarnizada resistencia del general Bronislaw Prugar-Ketling en los bosques de Janov, los ataques de los hulanos cerca de Krechowce, la obstinada defensa de los soldados polacos en pequeños puntos de apoyo en la Westerplatte, Oxhöft y Hela bajo el fuego de los viejos acorazados «Schleswig-Holstein» y «Schlesien», habían constituido inútiles actos heróicos que ya no podían cambiar la suerte de Polonia. Mientras tanto, dos grandes unidades acorazadas habían iniciado una maniobra de cerco muy hacia el este, impidiendo a las últimas reservas polacas la posibilidad de intervenir en la lucha. Procedentes de Pomerania, a través del corredor, la Prusia oriental, meridional y la llanura de Bobr-Narev, avanzaba el XIX Cuerpo Acorazado (Guderian). Conquistó Brest-Litowsk y llegó hasta Wlodowa en donde estableció contacto con el XXII Cuerpo Acorazado (Kleist).
El día en que cayó Brest-Litowsk, y en donde entregaron las armas los últimos soldados del «Grupo de Ejército Posen», numerosas divisiones soviéticas atravesaron la frontera oriental polaca. Hitler, que quería impresionar nuevamente a las potencias occidentales por medio de una nueva demostración del entendimiento ruso-germano, había insistido en que fuera realizada esta invasión. Pero el Kremlin ya estaba decidido a este ataque y desde hacía dos semanas había iniciado todos los preparativos para llevarlo a la práctica. Un grupo de ejércitos, al mando del mariscal Semion K. Timoschenko había de asegurarse había de asegurarse la parte rusa en la «cuarta partición» de Polonia. A última hora del 17 de septiembre, Molotov anunció que el gobierno polaco ya no daba señales de vida y que por consiguiente, consideraba caducados todos los tratados con el mismo, desapareciendo por lo tanto, las antiguas fronteras polacas. Las tropas ya avanzaban desde la mañana. Vencieron toda la resistencia que encontraron a su paso. Los alemanes hubieron de retirarse de los alrededores de Lemberg. El general Lagner capituló ante Timoschenko, cuando el jefe del Estado Mayor Soviético mariscal Boris M. Schaposchnikov en Moscú, le garantizó una retirada libre hacia Rumania. Pero desapareció en compañía de 217000 soldados polacos detrás de las alambradas rusas.
La Unión Soviética también invadió Polonia, pero los aliados no le declararon la guerra.

A pesar de que la campaña ya había terminado, organizó el general polaco Juliusz Rommel, conjuntamente con el alcalde Stefan Starzynski y el príncipe Zdislaw Lubomirski la defensa de Varsovia. La ciudad ya había sufrido daños a causa de los bombardeos y tenido víctimas inocentes cuando los aviones de Hitler habían atacado sus estaciones. Sin embargo, no respondió a los ultimatum de rendición. Mientras un gran número de divisiones alemanas emprendían la marcha hacia el oeste, fue iniciado por el general Johannes Blaskowitz el cerco de la ciudad. Un intenso fuego de artillería destruyó las viejas fortificaciones exteriores. Los ataques de infantería asolaron las afueras de la ciudad en donde fueron destruidos numerosos edificios. Al tercer día capituló el comandante de la fortaleza. Veinticuatro horas después se acallaron las baterías ante Modlin. El 2 de octubre se rendía el pequeño puerto militar de Hela.
No se conoce el número de soldados polacos que fueron desarmados por la Wehrmacht. Dicen que las cifras dadas por los soviets con relación al número de prisioneros son exactas. Unos 60000 polacos huyeron a Lituania y Letonia. Unos 100000 fueron internados por los húngaros y los rumanos. Con ellos también cruzaron la frontera el Jefe de Estado Ignacy Moscicki, el jefe de gobierno y el del ejército. Puesto que carecían de libertad de movimientos, el 30 de septiembre, en París, Wladymir Raszkiewicz, el antiguo woiwode, de Pamerellen, constituyó un gobierno en el exilio al mando del general Ladislaus Sikorski. El nuevo jefe de gobierno organizó, preferentemente con polacos voluntarios que residían en el extranjero, unas fuerzas armadas propias y paulatinamente logró adquirir cierta influencia sobre la población de su propia patria ocupada por el enemigo. Francia, la Gran Bretaña, los Estados Unidos y casi todos los Estados de la Mancomunidad Británica lo reconocieron como el sucesor legal del desaparecido Estado Polaco.
Hitler no pensó ni por un momento en ofrecer negociaciones de armisticio al gobierno de Sikorski. Creó para Polonia, al término de la «campaña de los 18 días», una administración militar al mando del capitán general Gerd von Rundstedt. La situación política en el escenario de guerra continuaba siendo muy embrollada. Dantzig había sido incorporada ya inmediatamente después de haber estallado las hostilidades a Alemania por el gauletier nacionalsocialista Albert Foster. Lituania mandó, después de haber dado el Kremlin su inconformidad, fuertes contingentes armados a la región de Vilna y se anexionó esta provincia. Las divisiones soviéticas ocuparon unos 200000 km2 de territorio polaco sin tener exactamente en cuenta la línea de demarcación que había sido establecida previamente entre el Reich alemán y la Unión Soviética. Para llegar a un entendimiento «definitivo» Ribbentrop y Molotov firmaron el 28 de septiembre en Moscú, un nuevo tratado señalando nuevas fronteras que cambió el anexo secreto del pacto del 25 de agosto. Stalin cedía a Hitler las ciudades de Lublin y Varsovia así como el Suwalkizipfel, mientras que, en cambio, Estonia, Lituania y Letonia caerían bajo la zona de influencia soviética.
Este entendimiento germano-ruso no causó en las potencias occidentales la impresión que Hitler había confiado. Dado que los anexos secretos de los tratados de Moscú no fueron conocidos hasta los años 1945-1946, no podía saberse hasta qué punto Berlín y Moscú estaban de acuerdo. El avance del Ejército Rojo fue por lo tanto considerado, por los Aliados, como un acto de fuerza unilateral que pronto provocaría complicaciones armadas entre los dos dictadores: Hitler y Stalin. Y que este conflicto redundaría entonces en favor de las democracias occidentales, lo consideraban como lo más lógico y natural, la mayoría de los observadores. Los miembros de los gobiernos aliados cobraron nuevos ánimos. Aunque estaban obligados por sus compromisos con Polonia, a declararles ahora también la guerra a Rusia, tanto París como Londres renunciaron cautelosamente a dar ese paso y a prestar cuaquier posterior ayuda a Polonia. Renacía de nuevo la esperanza de una alianza occidental-oriental.
Esta confianza era compartida por Washington, en donde el presidente Franklin Delano Roosevelt revelaba un gran interés en dominar a Hitler. La Constitución americana y un Acta de Neutralidad del año 1935 le imposibilitaban totalmente desenterrar el hacha de guerra. Sin embargo, halló ciertos fallos en las leyes, que le permitían el apoyo a los franceses e ingleses. Roosevelt esperó unos días después de haber estallado las hostilidades con la prevista declaración legal que dio tiempo a las fábricas de armamento a enviar material a los franceses e ingleses. Y cuando el presidente se vio en la obligación de poner en vigor el Acta de Neutralidad fue convocada, a instancias suyas, una reunión especial del Congreso que había de anular la cláusula de embargo que figuraba en aquella ley. Roosevelt expuso al pueblo de los Estados Unidos «la sencilla e invariable situación de las relaciones internacionales modernas» en el sentido de que ya no existía una auténtica neutralidad.
Pero de pronto, el presidente se vio ante el dilema de declarar si estaba dispuesto a actuar como «honrado intermediario» para que fuera concertada la paz entre las grandes potencias europeas que estaban en guerra. Esta pregunta le fue dirigida por el exportador americano William R. David, que a instancias de Goering, había emprendido el vuelo de Houston a Washington. Davis había recibido beneficiosos pedidos de grandes cantidades de petróleo de Texas para la Luftwaffe alemana y sólo podía realizar este negocio si Alemania no era bloqueada por la flota inglesa y por este motivo estaba interesado en una limitación de la guerra de Polonia. Roosevelt aceptó sin vacilaciones de ninguna clase la proposición de su amigo, antiguo compañero del partido y de elecciones, para actuar de intermediario con Goering.
En efecto, llegó a celebrarse la reunión entre Davis y el «segundo hombre» del Tercer Reich. Goering hizo unas proposiciones sorprendentes: Roosevelt había de apoyar las proposiciones de paz alemanas y renunciar a una revisión del Acta de Neutralidad americana, entonces el gobierno del Reich le dejaría las manos libres para actuar contra el Japón. «Puede usted asegurarle al señor Roosevelt -añadió Goering-, que Alemania, si él está dispuesto a mediar, dará su consentimiento a un acuerdo que signifique la creación de un nuevo Estado polaco y un gobierno checo independiente». Como para ampliar estas proposiciones, Hitler pronunció el 6 de octubre un discurso ante el Reichstag en donde dio su visto bueno a la nueva ordenación de los mercados y las divisas internacionales, la eliminación de las barreras aduaneras y unos acuerdos colectivos para el desarme. También Hitler insistía en pro de una conferencia de la paz y declaró que todas las cuestiones pendientes habían de ser solucionadas «antes de que millones de seres humanos derramen inútilmente su sangre».
Cuando Davis regresó de Berlín, ya se había iniciado en el Departamento de Estado de Washington el examen de las cuestiones sujetas a discusión. El ministro de asuntos exteriores Cordell Hull y su subsecretario de Estado Adolph A. Berle, habían llegado a una conclusión que convenció plenamente a Roosevelt. Hitler, dijeron, había extendido, única y exclusivamente «sus tentáculos de paz» porque estaba asustado a causa del peligroso avance de los rusos y no por estar dispuesto a renunciar a sus conquistas. Además, la ausencia de entusiasmo bélico entre el pueblo alemán, así como las actividades de ciertos grupos de resistencia, debían ser valorados como puntos débiles. En estas circunstancias, Berle consideraba «injusto» obligar a los gobiernos de Francia y Gran Bretaña a iniciar conversaciones, mientras existiera alguna posibilidad de que estallara un conflicto armado entre Hitler y Stalin.
Además de estos argumentos del Departamento de Estado americano, impresionó a Roosevelt la visita del experto industrial Alexander Sachs el 11 de octubre. Sachs le trajo una carta de su amigo Albert Einstein en la que el gran físico exponía los grandes peligros que se plantearían para los Estados Unidos, a causa de «la fuerza explosiva del uranio» si los científicos y los técnicos alemanes lograban liberarla para Hitler. Sachs no había abandonado aún la Casa Blanca cuando Roosevelt creó un grupo de trabajo a las órdenes del general Edwin M. Watson, de la que posteriormente había de surgir la célebre Comisión de Energía Atómica. Al mismo tiempo, el presidente decidió no conceder ninguna nueva audiencia a Davis. Las negociaciones de paz sólo hubiesen proporcionado un momento de respiro al dictador alemán. Lo importante ahora era aniquilar a Hitler antes de que entrara en posesión del «arma absoluta» y la pudiera emplear sin escrúpulos de ninguna clase.
Durante estas discusiones en el Departamento de Estado, fueron decisivas las esperanzas de que estallaría el conflicto armado entre alemanes y rusos. Cuando se enteraron, durante los días siguientes, de que Stalin ejercía una gran presión no sólo sobre las tres pequeñas repúblicas bálticas, sino también contra Finlandia, por la que Hitler sentía un cariño tan entrañable, Berle confiaba que pronto se confirmarían sus esperanzas. Nuevos intentos de contacto que fueron llevados a la práctica por Hjalmar Schacht fueron ignorados. Los comentarios de Goering al representante de la «General Motors», James D. Mooney, en el sentido de que para facilitar la conferencia de la paz se tenía previsto destituir a los dos ministros nazis más radicales, Goebbels y Ribbentrop, no los tomó nadie en serio, dado que, mientras tanto, las proposiciones de Hitler habían sido rechazadas por el premier británico. Roosevel no hizo las sugerencias de paz del Tercer Reich objeto de discusión entre Washington, París y Londres, sino que rogó a Bullit que ocultara al gobierno francés todo el asunto, ya que consideraba a los franceses «defaitistas«.
Hemos de poner en duda que Hitler, a principios de octubre de 1939, hubiese estado dispuesto a comprar la paz, comprometiéndose a la restauración de un Estado polaco. Es cierto que diversas oficinas de Berlín conversaron con el antiguo jefe del gobierno polaco y otras personalidades polacas, principalmente el príncipe Janusz Radziwill y Wladyslaw Studnicki, pero ya el 8 de octubre, cuatro días antes de que Chamberlain rechazara las proposiciones de paz del canciller del Reich alemán, Hitler ordenó no sólo anexionar al Reich las provincias cedidas a Polonia en los años 1919-1920, sino también una ancha franja de terreno al sur de la frontera de la Prusia oriental, el recodo de Suwalk y la región alrededor de la ciudad de Lodz, que desde entonces fue llamada por los alemanes «Litzmannstadt». Al mismo tiempo comenzó el intercambio de población de las minorías alemanas desde Estonia y Letonia al llamado «Warthegau». El resto de la zona de ocupación lo convirtió Hitler en un «gobierno general». Fue disuelta la administración militar de Rundstedt y un alto funcionario del partido, Hasn Frank, ocupó como procónsul, la residencia real en el Wawel de Cracovia, para en sus propias palabras, hacer sentir a Polonia «la mano dura de la dominación alemana».
Los funcionarios de esta administración civil estaban dominados por los prejuicios señalados por Goebbels sobre los desmanes cometidos por los chauvinistas polacos y el domingo de sangre de Bromberg el 3 de septiembre, durante el cual habían caído víctimas muchos elementos de la «minoría racial alemana». Sus medidas condujeron a una completa sumisión de Polonia e hicieron imposible la reconciliación durante muchos años entre esos dos Estados vecinos. El dominio alemán despertó un odio que colocaba en la sombra todo lo conocido hasta entonces. Ya en 1939 surgieron en el país, procedentes de los antiguos partidos, grupos de resistencia secreta. Jan Karski, un joven oficial de la reserva, llegó por rutas diversas a París y estableció un enlace permanente entre las organizaciones secretas y el general Sikorski. De un modo decidido y eficaz reanudó Polonia la lucha por su existencia jurídica.

HELLMUTH GUNTHER DAHMS
La Segunda Guerra Mundial. Ver índice de la obra.


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