Caída del Imperio Romano de Occidente

Mapa de la división del Imperio Romano, con los reinos germanos
En el 395, Teodosio dividió el Imperio Romano, el occidente sucumbiría a las invasiones germanas en menos de un siglo.

VARLDHISTORIA, TOMO III ROMA, CAPÍTULO IX EL BAJO IMPERIO Y LA MONARQUÍA ABSOLUTA. POR CARL GUSTAF GRIMBERG.

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Contenido de éste artículo:

  1. Últimos emperadores de occidente.
  2. Fin del Imperio Romano.
  3. Una larga agonía.

Últimos emperadores de occidente.

El imperio agonizaba. Siempre sobrevenían nuevos Bárbaros; aplacada y vencida una horda, surgía otra; y a las internas rebeliones se unía la ineptitud de los gobernantes. Muerta Placidia, Valentiniano III se desbocó; asesinó a Aecio, su mejor general, y él, a su vez, fue hecho asesinar por Petronio Máximo, que le sucedió en el trono. La viuda de Valentiniano llamó en su venganza al vándalo Genserico, quien con una terrible flota se trasladó del África a la embocadura del Tíber; y Roma fue saqueada durante catorce días. Por otras partes, hacían irrupción otros Bárbaros, reclamando hasta
permanentes residencias. Para contener a los Francos y a los Godos, Máximo designó a Flavio Avito, quien, a la muerte de Máximo, fue ayudado por los Visigodos a subir al trono; pero el
Senado y el ejército lo recusaron y lo sentenciaron a muerte.

Sucediole Mayoriano, animoso y liberal que gobernó bien, dio sabias
leyes, reprimió a los Vándalos en África y a los Visigodos en la Galia, hastaque los soldados revoltosos le dieron muerte.

Todo lo podía entonces Ricimero, comandante de los Bárbaros auxiliares, llamado conde y libertador de Italia. Impuso al Senado la elección de Libio Severo, a quien quitó después de en medio; gobernó dictatorialmente, mientras acá y acullá se alzaban efímeros emperadores, como Marcelino, Ecdicio, Antemio, Olibrio, Julio Nepote, interviniendo siempre la fuerza de Ricimero y la benéfica intervención de los obispos.

Al morir, Ricimero dejó el ejército a su sobrino Gundebaldo, príncipe de los Borgoñones. Entonces Orestes, que había servido a Atila como secretario y embajador, y a la muerte de este caudillo había reunido una masa numerosa de combatientes de varios pueblos, llevándola al servicio de los romanos, se sintió tan fuerte que hizo proclamar Emperador a su propio hijo, llamándolo Rómulo Augústulo. La chusma advenediza pretendía que el Emperador se plegase a todos sus caprichos, y habiendo obtenido una tercera parte de los terrenos de la Galia, de la España y del África, la quería también de Italia. Negose Orestes, y la chusma se dirigió a Odoacro, otro jefe de federados, quien hizo dar la muerte a Orestes y regaló una rica quinta a Augústulo; mandó decir a Zenón, Emperador de Oriente, que en adelante creía superflua aquella dignidad imperial en Occidente; y requirió para sí el título de patricio y la administración de la diócesis italiana.

Fin del Imperio Romano.

Mapa de la disolución del Imperio Romano de occidente.
Disolución del Imperio Romano de Occidente (476 – 480).

En un niño que reunía los nombres del primer Rey y del primer Emperador de Roma, terminaba, pues, el Imperio de Occidente, 476 años después de Cristo, 1229 después de la fundación de Roma, 507 después de la batalla de Actio que estableció la monarquía, y 310 después de la guerra marcomana donde principió la gran emigración de los Bárbaros. Roma había sido gobernada, primeramente por reyes, después por 483 parejas de cónsules, y
al fin por 73 emperadores.

De humildes y débiles comienzos, Roma creció agregándose los pueblos vecinos, y luego los remotos; el Imperio aniquiló entonces a los individuos, no apreciándolos sino en cuando convenía al Estado. A medida que la ciudad, es decir el Estado, se dilataba, disminuía aquel amor patrio que había hecho prodigios al principio; las lejanas conquistas producen largos mandos, y de ahí la costumbre en los capitanes de hacer cuanto dicta su voluntad, y en los ejércitos de obedecer a un jefe; a lo cual siguen las dictaduras, los triunviratos y el Imperio. Con éste cesan las conquistas, que habían sido el nutrimiento de Roma. Pronto todo depende del capricho del Emperador, y éste del capricho del ejército, sin que les contenga ninguna ley regular, ni la religión de que los emperadores eran pontífices máximos, ni la moralidad que era objeto de controversias entre las escuelas filosóficas; la fuerza que los creaba los abatía.

Estableciose el verdadero despotismo cuando Cómodo puso junto al trono al jefe de los pretorianos. Estos lo podían todo en la ciudad, y todo lo podía el ejército en las provincias, de donde resultó la pluralidad de emperadores en pugna dentro de un mismo Imperio. Constantino conoció la necesidad de una monarquía regulada, pero
no supo armonizar sus diversos elementos. Sus sucesores se abandonaron a un lujo asiático, con cuyo ejemplo los súbditos se entregaron a todos los excesos de una civilización corrompida. La útil clase de los agricultores era rechazada para dar cabida a los esclavos, que cultivaban negligentemente los campos, destinados al lujo más bien que al producto, puesto que se traían los víveres del África o de la Sicilia. Los ricos provincianos abandonaban las ciudades, para acudir a Roma, en busca de lucro y de placeres. El dinero necesario para mantener la corte y el ejército, se sacaba de las provincias, cada vez más gravadas; si el pueblo no pagaba, pagaban los decuriones, obligados a sostener esta carga, de que se libraban acudiendo a Roma.

Entre tantas depravaciones, se introdujo el cristianismo. Al principio lo combatieron los emperadores, teniendo igualmente en contra gran número de ciudadanos. Cuando esta doctrina triunfó, tuvo por adversarios a los que se mantuvieron fieles al paganismo. La nueva religión no atendía a un estrecho patriotismo, sino que abrazaba a todo el género humano; esperaba ver corregida la inmensa corrupción del imperio por Bárbaros menos depravados, y atribuía las desventuras a la venganza del Cielo. Por esto la consideraban como enemiga, y en verdad no daba vigor al odio pagano contra las demás naciones; las nuevas instituciones traídas por ella habían quebrantado los antiguas, sin ser ellas mismas consolidadas.

Los Bárbaros llegaban en gran número, con los vicios de la fuerza, guiados por jefes que debían el mando a su valor y juventud, y que ansiaban fundar una patria nueva sobre aquellos debilitados pueblos, que no sabían guardar la propia y tenían que recurrir a ellos para defenderla. Los auxiliares se convirtieron pronto en dueños; y siempre eran invadidas nuevas provincias, e impuestos nuevos tributos; hasta que los Bárbaros creyeron oportuno poner fin a un orden de cosas establecido en falso; y los fragmentos del Imperio iban a convertirse en base de la moderna Europa.

Una larga agonía.

El trono imperial era ocupado por emperadores desprovistos de poder y por entero en manos de jefes mercenarios germánicos. El último de los espectros imperiales hubo de abdicar cuando apenas tenía dieciséis años, a pesar de reunir en su nombre los del primer Rey y del primer Emperador de Roma: lo llamaban burlonamente, en efecto, Rómulo Augústulo. El hombre que acabó con su reinado ilusorio fue un mercenario hérulo llamado Odoacro, proclamado Rey por sus soldados en 476. En cuanto a Rómulo Augústulo, le pareció tan inofensivo, que ni se tomó la molestia de darle muerte. El Imperio Romano de occidente había dejado de existir.

Las causas de la caída del Imperio Romano no fueron sólo de orden político y social, sino también económico, moral y religioso. Pero desde cualquier punto de vista que se enfoque el problema, se llega a la conclusión que las causas de la decadencia romana deben ser atribuidas, ante todo, a la corrupción de costumbres en las ciudades y al debilitamiento del sentido cívico en lodo el Imperio. Lo único que, a pesar de todo, mantenía aún cierta cohesión, era su organización, su rígida organización política, social y económica.

El Imperio había perdido su magnífica fuerza vital. El ciudadano romano no sentía ya que estuviera sirviendo a su país, y rehuía cumplir con sus deberes civiles y militares: para los primeros, se le pudo seguir obligando; para los segundos, se reclutaron mercenarios extranjeros. Sería injusto, sin embargo, pretender que había desaparecido todo espíritu de solidaridad; estaba aún bastante vivo, pero no en su aspecto cívico. En el campo de la asistencia social, la caridad evangélica hizo maravillas; en el terrenocultural entre los pueblos germánicos, las instituciones eclesiásticas también se prodigaron. La atención y anhelos de la Iglesia se orientaban hacia lo que San Agustín, el célebre padre de la Iglesia, expuso en su obra apologética Ciudad de Dios: la realización del reino de Dios, enredado en la Tierra hasta la consumación de los siglos con el reino de Satanás: amor a Dios hasta el olvido de sí; contra amor a sí mismo hasta el olvido de Dios.

Los investigadores que basan su interpretación de la historia universal ante todo, e incluso exclusivamente, en causas económicas, han defendido más de una vez la tesis según la cual la decadencia del imperio fue debida, sobre todo en tiempos de los últimos monarcas, a la exportación masiva de capitales; unos, hacia la India, para la compra de objetos de lujo, y otros, que se consumían en los sueldos de mercenarios germánicos. Cabe preguntar, sin embargo, si este fenómeno no es más bien un síntoma que una causa. Cuando la situación económica de un Estado es sana, la exportación de la producción nacional equilibra cualquier salida de capitales.

Puede ser que el proceso morboso que acabaría con la sociedad romana se remontara a la época de los Gracos, cuando los campesinos comenzaron a sufrir cada vez más la competencia de la mano de obra esclava. Las luchas del proletariado deseoso de obtener una parte del botín procedente de Oriente, las guerras civiles y las proscripciones, provocaron el exterminio de casi todos los hombres de mérito. De esta «extinción de los mejores», prolongada durante la época imperial, Roma ya no pudo reponerse. La consecuencia fue un espantoso desnivel moral e intelectual del pueblo romano, tanto más doloroso por ser la hemorragia compensada con un aflujo de elementos equívocos procedentes de la parte oriental del Imperio. Pero siendo el Imperio bastante mayor que Roma o Italia, los factores que explican la decadencia de los romanos no necesariamente explican la de un imperio cada siglo más ecuménico, más autodinámico, menos dependiente de la sociedad romana.

Al caer el Imperio Romano de occidente, el soberano de Constantinopla fue considerado como el único heredero de los Césares.

Retrato antiguo de un hombre y portada de un libro
Profesor Carl Grimberg y la portada del tomo III de su Historia Universal.

VARLDHISTORIA, TOMO III ROMA, CAPÍTULO IX EL BAJO IMPERIO Y LA MONARQUÍA ABSOLUTA. POR CARL GUSTAF GRIMBERG.

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